Para Pablo Epstein, los signos de la inminencia del infierno comenzaron a aparecer en noviembre de 1975. En marzo del año siguiente, apenas cinco meses después, había caído ya en el abismo profundo de la neurosis crónica. El terror de un tumor maligno la muerte que lo acechaba desde su propio cuerpo y el terrorismo de Estado la muerte que lo acechaba desde el cuerpo social lo dejaron doblemente indefenso, atrapado por la angustia de la espera, por el destino del dolor y de la nada.